Dejando atrás Berrós Jussà, continuamos por la vertiente oriental hacia el norte del embalse de la Torrassa.
Transitaremos por un camino de tierra, llano y con pequeñas irregularidades, pero no dudéis que vale la pena recorrerlo, disfrutando, después de un corto tramo montañoso, de un encantador paseo lamiendo las tranquilas aguas del embalse.
Poco antes de llegar a las instalaciones del grupo Roc-Roí, situadas ahora al otro lado del río, nos encontramos en la zona más angosta del embalse.
Nos detuvimos unos minutos para observar a los piragüistas en sereno tránsito, vimos peces emerger de las aguas en el intento de apresar algún insecto alado y escuchamos el refrescante murmullo del agua arropándonos en un relajante episodio contemplativo.
Pocos metros después nos volveríamos a detener frente a un encantador grupo de jóvenes asnos, limitados sus pastos entre la carretera y el río.
Continuando la marcha, pronto aparecerá la imagen del puente de Badia.
Continuamos el camino sobrepasando el puente, a menos de un kilómetro y antes del siguiente paso sobre el río, se sitúa un cruce a la derecha que nos orienta hacia Dorve.
Iniciamos el inclinado ascenso por la sinuosa carretera, construida y asfaltada en 2005. El camino está salpicado con grupos de Bordas, indicando la pronta altitud que alcanzamos.
Es de nota ver ascender ciclistas, todo un reto para su estado de forma, ya que aunque en este caso la pista está bien asfaltada, su pendiente es rigurosa y permanente, alcanzando el pueblo los 1400 msnm.
Por esta calzada transcurre la GR11. El recorrido ciclista tiene etapas duras por esta zona, un ejemplo cercano es el tramo de Dorve a Llavorre, en el que tendremos que dejar de pedalear unos quince minutos dada la dura ascensión o recorrer con presteza el angosto tramo rocoso de Burgo a Escalarre.
El pueblo, ofreciendo el conjunto una pintoresca estampa, está elevado en la falda del “turó d’àliga”, bajo altas montañas y con el telón de fondo del agreste Serrat de Dorve.
Lo circunda un pequeño bosque de altos árboles, a los que emula con orgullo el campanario de su iglesia parroquial.
Sin poder concretar Joan Coromines el significado de su nombre de raíz vascuence, en algún artículo se ha traducido a nivel popular: “el pueblo bajo la alta montaña”.
En 1553 contaba con seis cabezas de familia, reuniendo 29 habitantes. A mediados del XIX eran trece las casas y 60 residentes, incorporándose en el siglo XX 26 familias y más de cien residentes.
Entre ellas Casa Badia, considerada por aquel entonces una de las tres famílias más ricas de “les Valls d’Àneu” (mataban entre 8 y 9 cerdos cada año). Supuse, sin poderlo verificar, la relación de esta familia con el homónimo puente.
La industrialización del campo y el no disponer de una carretera en condiciones, derivaron a partir de mitad del siglo pasado a un permanente abandono del pueblo, entrando en el siglo XXI con diez censados, en 2006 se registran dos más.
Tuvimos la noticia en 2019, con 8 censados, de celebrarse la fiesta mayor, después de 55 años de haberla dejado de hacer (1964). Pero no hemos vuelto a tener noticias de haberse repetido.
Nos alegramos en septiembre de 2020, al conocer la noticia de que en el antiguo horno comunal de 1725 (tal señala la placa de piedra adherida al muro), en un acto simbólico cargado de esperanza, se volvía a cocer pan.
Pero en 2023 se reducen a 6 los censados, tres hombres y tres mujeres, desconocemos si vuelve a haber vida todo el año. En nuestra visita, un par de años antes y en verano, no encontramos a nadie, tan solo un coche y material de obra.
El ascenso lineal se acaba, al encontrarnos con una amplia plaza a nuestra derecha. La sensación que tuve al llegar delante de la fuente de la encantadora plaza, es que el último residente se dejó el grifo abierto.
Una recompensa para los sacrificados ciclistas y excursionistas, es el poderse refrescar acompañados por una íntima, rústica y bucólica serenidad bajo el canto permanente del agua.
El lugar cuenta en una de sus esquinas con el horno de pan del siglo XVIII que ya mencioné, al otro lado de la plaza, haciendo esquina con la calle de acceso a la plaza está Casa Antonia, distinguiéndose por el desgastado rosa salmón de su fachada. A su lado, cerrando la esquina de la plaza, está la casa Gallimet.
A su lado y adlátere a la fuente se alza la encalada casa Aiguanot, con sus tres plantas y guardilla, es posiblemente la casa más importante después de Casa Badia, que curiosamente también es la otra casona encalada, bastante más desgastado el blanco y en peor estado el edificio. Impresionantes son las dimensiones de su pajar.
Se puede observar entre la veintena de casas aún en pie, la adaptación de algunas al acusado desnivel y el aprovechamiento de los recursos del medio, rocas formando parte de los muros de piedra seca o incorporadas en las paredes de piedra pizarrosa unida con argamasa de barro, tejados de madera revestidos con losas de pizarra, dinteles de madera, etc...
Tan solo encontramos dos edificaciones que habían perdido sus techos, el resto soportaban con orgullo la soledad. Varias mantienen sus puertas cerradas con cadenas y candados, lo que demuestra que alguien se resiste a perder su propiedad. |
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Pajar y Casa Escart |
El pueblo cuenta con dos templos con fundamentos románicos: la capilla de Sant Esteve (San Esteban) situada a unos trescientos metros alzada sobre el pueblo, guarda en su interior un humilde pero curioso retablo.
Corona la villa la iglesia parroquial de Sant Bartomeu (San Bartolomé).
Sin pruebas documentales medievales, tanto del pueblo como de su iglesia, la primera mención de la iglesia parroquial de Sant Bartomeu (San Bartolomé) se hace en 1553, figurando propiedad de la casa Cardona y formando parte del decanato de les Valls d’Àneu.
Pero sus fundamentos románicos anuncian su alza varios siglos antes, siendo entonces propiedad de los condes de Pallars.
La iglesia es de una sola nave y ábside semicircular.
La nave, cubierta por una bóveda de cañón con lunetas, consta de cuatro cuerpos separados por tres arcos torales. A modo de transepto se sitúan dos capillas laterales de época tardía (s. XVII), cuentan a cada lado con una ventanas rectangular.
De forma extraña el ábside semicircular está desviado hacia el norte con respecto al eje central de la nave, posiblemente ocasionado por la adaptación al inclinado terreno rocoso.
La estructura externa del ábside mantiene la decoración lombarda de arcadillas y lesenas.
A cada lado se abren dos ventanas de arco de medio punto de doble derrame, una de ellas tapiada.
Se oculta en el presbiterio el ábside tras un humilde retablo de madera, del que no he podido encontrar ninguna fotografía.
En 2011 se hizo una importante rehabilitación del tejado y mejoras de refuerzo de los contrafuertes y en los muros del campanario.
Modificaron también el pavimento de la escalera exterior y la entrada. La puerta con arco de medio punto, situada en muro sur, se dispuso bajo un pórtico, cubierto por un tejadillo a dos aguas revestido de pizarra, apoyado en una columna de piedra vista. Se introdujo en este paso intermedio una puerta de acero con una amplia cruz en el centro.

En el ángulo sudoeste se levanta el robusto campanario de planta cuadrada en una primera planta y con un segundo cuerpo octogonal irregular por rebaje de aristas, dividido por una imposta, se abren a cada lado, en la parte superior encalada, los cuatro vanos con arco de medio punto, en los que observamos dos
campanas.Está coronada por una elegante cubierta piramidal octogonal irregular revestida de oxidada pizarra y con inflexión alta a la base. Presume también de una bonita lucerna.
Probablemente se levantó, junto con las capillas en el siglo XVII.
No las pudimos ver, pero según parece conserva en su interior dos picas románicas: una bautismal y otra agua bendita.
Volvimos a bajar por el pueblo hasta la carretera, vibrando en esa nostalgia de pueblo abandonado, pero presintiendo posible su rehabilitación vecinal.
Descendiendo motorizados del Serrat de Dorve, podréis obtener hermosas panorámicas del embalse, no dudéis de frenar la marcha, para disfrutar con tranquilidad de ellas.
Regresamos a la ribera del embalse, continuamos orientados hacia el norte hasta llegar al cruce con el puente Poldo.
Seguimos rectos unos cincuenta metros más, hasta llegar a una zona de parquing y picnic, señalizándose a partir de allí el estar prohibido circular motorizado o en bicicleta.
Búnkeres de La Guingueta d’Àneu
En la inmediatez del parquing encontraréis indicado un conjunto de bunkers de la guerra civil española.
Podremos introducirnos en ellos, entre los que destaco el último, situado delante del cruce con el puente Poldo, espacioso y curiosamente adaptado a la roca. Pero no podemos revivir lo que en ellos se vivió y aunque juguemos a ello, no caigamos en frivolizar su sentido.
Reconocemos que no somos muy amantes de estos testimonios bélicos, que por otra parte se distribuyen por toda la comarca, pero en este caso no tenemos que hacer un esfuerzo extra por descubrirlos, ya que se sitúan en el propio paseo.
Posiblemente os despertarán sensaciones contradictorias, en especial si conocéis la dura afectación de la población civil en el Pallars Sobirà durante los ocho meses del intenso asedio aéreo y la ignominiosa represión ejercida por la victoriosa ocupación, de la que haré un primer apunte en la nota final de este post.
Delante del mirador oriental del humedal, que seguidamente visitaríamos, hay una senda que conduce en cinco minutos a otro núcleo de trincheras y un nido de ametralladora. Unos seiscientos metros más arriba se construyó un refugio para un cañón antiaéreo que nunca llegó a ubicarse.
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En total son unos 17 nidos de ametralladoras que no entraron en conflicto directamente, ya que formaron parte de una línea de defensa franquista construida después de haber conquistado la comarca, con la intención de repeler un posible ataque desde Francia.
Después de visitar los vestigios bélicos, volvimos a buscar la paz en el agua. Nos dirigimos en tranquilo paseo hacia el observatorio oriental de los humedales y el pantano de Escalarre.
El recorrido hasta el mirador oriental, situado a menos de diez minutos del aparcamiento, es una animada y bella postal, en los que podréis ver pescar con caña en su interior, percibiendo la poca profundidad de aquellos tramos cercanos a las islas, iluminadas por el amarillento carrizo que las cubre, alguna barca que se cruza, aves que levantan el vuelo y sobre todo el sosiego que trae el agua armonizado por el canto de las aves.
Besando la otra ribera, se alinean las casas de la Guingueta d’Àneu tras sauces, vernedas y alisos.
Llegamos al Mirador oriental de los Aiguamolls de la Torrassa, una estructura de madera de dos pisos que nos ubica en una privilegiada situación para la observación de las aves amantes del agua (recordar guardar silencio y contar con un buen zoom o un largavistas).

Faltaban veinte minutos para las seis de la tarde, aunque el cielo que nos cubría estaba bastante despejado, desde el norte se aproximaba rápidamente una masa gris presagiando tormenta.
Se dice que al amanecer y al atardecer son los momentos más interesantes para observar la fauna, tanto la alada como la terrestre, pero postergar la observación para la vuelta podía comportar que lo hiciéramos bajo la lluvia, situación que haría imposible ver nada.
De todas formas la actividad alada se manifestó menor que en el mirador anterior, pero valió la pena disfrutar de la serenidad y belleza del lugar.
El camino asciende hasta Escalarre, manteniendo durante poco más de un kilómetro el pantano a nuestra izquierda.
El río en suave descenso está canalizado por la densidad arbórea y arbustiva de su ribera, un muro verde que impide observar su interior, tan sólo los altos árboles, residencia de la fauna alada que no veíamos, pero no dejábamos de escuchar, nos indicaba la profundidad de su salvaje y húmedo bosque.
Contrastando, al otro lado, nos acompañaba un paisaje parapetado por agrestes y desnudas colinas, manteniendo en sus estrechas faldas espacios de pasto poco arbolados.
Nos podremos cruzar con yeguas cuidando a sus jóvenes potros y robustos caballos relativamente aislados.
La verdad es que el recorrido es hermoso y relajado, pero difícilmente podremos cruzarnos con la fauna del pantano, está claro que internarse desde la otra parte (tal hicimos antes de almorzar) y convivir en su interior el tiempo dedicado a bordearlo, puede resultar mucho más interesante.
Recordar que a primera hora de la mañana o al caer la tarde es cuando la fauna está más activa, pudiendo observar especialmente al escurridizo y pequeño corzo (cabirol en catalán) y con suerte a la tímida nutria (llúdriga) de laboriosa vida nocturna.
Después de media hora de tranquilo paseo llegamos hasta el último nido de ametralladoras.
No habíamos recorrido cincuenta metros más, cuando el cielo hizo eminente el presagió de lluvia con un trueno que provocó el volar de las aves.
Anticipándonos a las primeras gotas nos pusimos los plastificados chubasqueros y aceleramos la marcha cuando la sentimos caer.
Cercanos al observatorio la lluvia elevó de golpe su impetuosidad, por lo que corriendo nos dirigimos a resguardarnos bajo el mirador.
Evidentemente las aves no se movieron, una pena, ya que permanecimos observando quince minutos. No niego que tenía su encanto sentirse protegido, admirando el paisaje tras una cascada y sintiendo el sonido atronador de su ímpetu golpeando el techo de madera.
Cuando la lluvia frenó el caudal de sus gotas, no tardó mucho en cerrar temporalmente el grifo, momento que aprovechamos para dirigirnos con prisas hacia el aparcamiento.
Antes de introducirnos en el coche, con el objetivo de regresar a Esterri, observamos que el pescador continuaba dentro del agua y el embalse había adquirido nuevas tonalidades, percibiendo que a lo lejos el oculto sol de la tarde hacía valer su luminosidad, mientras allí volvía a comenzar a gotear de nuevo.
Al día siguiente, nuestra próxima ruta (4) recorrería el valle del rio Escrita, El Parc d’Aigüestortes, Espot y los pueblos occidentales del embalse de la Torrassa: Estaís, Jou y Son.
Lo habíamos preparado con antelación, con una previsión de contar con buen tiempo (al menos por la mañana) y disponíamos de la reserva del 4x4 para acceder al Parque Nacional d’Aigüestortes, teniendo el objetivo de que la actividad senderista ocupara toda la mañana.
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“Revolució, guerra i repressió al Pallars” (1936-1939) es un extraordinario libro de Manuel Gimeno, editado en 1986 por l'Abadia de Montserrat (difícil de encontrar en librerías), en el que se detallan acontecimientos antes, durante y después de la contienda, en base del recuerdo de los protagonistas que la vivieron, enunciando las iniciales de las víctimas y los verdugos de un bando y de otro.
Es un documento de extraordinaria revelación histórica y etnográfica, en la que se muestra el grado de intolerancia que puede desarrollar la relación humana, cuando el poder se sustenta en el terror y la ideología justifica el asesinato, momento propicio para manifestarse el egoísmo, la envidia y la ambición humana, sin censura ni justicia que la frene.
Una tierra, igual que muchas otras, que pagó muy cara la derrota del sueño revolucionario, a pesar de que las represalias realizadas por las fuerzas republicanas habían sido prácticamente inexistentes en el Pallars Sobirà (1936-39).
Por desgracia la mayor parte de las denuncias se produjeron por ambiciones y añejos litigios vecinales sin resolver, ganándose a la vez el denunciante las simpatías del nuevo orden.
La mayoría de soldados republicanos en retirada, vecinos con cargos durante la República o simplemente por miedo a la represión por sus manifestadas ideas, huyeron por la cercana frontera francesa, sabiendo que si se entregaban morirían, pero nunca pensaron que la venganza y la saña se cebarían sobre sus familiares.
Todas las denuncias representaron sin juicio previo la muerte automática del denunciado o de algún miembro de su familia. La crueldad franquista alcanzó el cenit al asesinar a padres por hijos, mujeres por maridos, abuelos por nietos o nietos por padres…., ya que algún familiar del denunciado tenía que morir, hubiera participado o no en la contienda.
Muchas familias fueron desposeídas de sus tierras para el acopio del denunciante y de las autoridades franquistas recién llegadas. Incluso algunos vecinos morirían simplemente por no saber hablar castellano.
La comarca padeció la crueldad del psicópata general Antonio Sagardía Ramos, fervoroso hitleriano que consideraba que por hablar catalán ya era un rojo digno de ser fusilado, bajo sus órdenes serían torturados y asesinados 72 civiles en el Pallars Sobirà. La mayor parte sin implicación directa en la contienda.
Entre ellos niños, ancianos y 6 mujeres. Una estaba embarazada de 8 meses, una recién casada de 21 años, dos niñas de 14 y 15 años, una madre de 39 y su hija de 17. Todas las muchachas fueron violadas en grupo antes de ser asesinadas.
Por desgracia no fue el único psicópata, el Pallars Jussà padecería a Heli Rolando Tella Cantos (nombrado general después de la ocupación de Tremp) comandante de la división 63. El número de ejecuciones de civiles y soldados hizo honor a su infamia. (Fue nombrado hijo predilecto de Tremp hasta 2006, lo que demuestra la tardía actuación de la democracia en bajar del pedestal a estos criminales de guerra).
En esta guerra del siglo XX, los acordados derechos internacionales de los prisioneros fueron totalmente ignorados. Ningún prisionero del ejército republicano en el Pallars sobrevivió, todos sabían que la tortura y la violación serían el preludio de su muerte.
Para mayor vejación del derrotado sus cuerpos eran abandonados en cunetas y barrancos, con la prohibición explícita de no poder ser trasladados a campo santo si por casualidad los descubrían. Serían sus cuerpos descarnados por las alimañas y engullidos sus huesos por la naturaleza, lo que hace tarea ardua encontrar e identificar hoy a las víctimas.
Hoy es posible con el ADN identificar los cuerpos, pero el problema es encontrarlos. Ochenta años después las víctimas andan desaparecidas y sin una cruz encima, empezaron a ponerse algunas después de la publicación del libro de Manuel Gimeno.
Aunque señalaremos en las rutas los muchos testimonios en piedra de la guerra civil, no es de nuestro interés visitarlos, pero no por ello dejaremos de rendir homenaje a las víctimas cada vez que se presente la ocasión.
Delante del mausoleo de Aidí -Ruta 5 (III)- descubriremos una de las tantas ignominias producidas y de las que la justicia nunca se ocupó, muriendo los asesinos de inocentes con honores y buen retiro. Ningún criminal de guerra franquista sería juzgado por sus actos.
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